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ALGO ESTÁ MAL

En la pintura de Iguiñiz se vislumbra una herencia clara: tras las lecciones magistrales de segunda mitad de siglo en la abstracción, el sentido de la pintura es suscitado por el manejo de la materia pictórica sobre el soporte bidimensional. Ella sabe que la exigencia contemporánea pasa por reconocer la necesaria ambigüedad de toda representación pictórica, dado que el consenso en torno a lo representable es débil. Es un mito finisecular del cuerpo –“triunfo o caída”- lo que construye con su desolador apego representacional, asumido como un desplazamiento hacia un yo que siempre será otro.

 

La figura humana ha sido el signo que tradicionalmente ha comunicado pero el arte pictórico para Iguiñiz está en otro lado. Si en la hora actual el cuerpo es sólo el lugar físico de la identidad sicobiológica, tal vez a la individualidad no le quede sino aspirar a una diferenciación por marcas banales. La distancia entre el cuerpo y la imagen de éste sólo es franqueable por la ilusión: una superficie que va creándose, casi como una piel, sobre la tela. Lo físico de la pintura es, sin embargo, potencialmente, el umbral de una nueva metafísica. Lo informe de la acción repetitiva de depositar y arrastrar pigmentos en capa tras capa, es el único capaz de reflejar. Y quien queda reflejada es la artista.

 

Jorge Villacorta, 1997.

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