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ANSÍO LO QUE CRECE MIENTRAS CAE

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Antes que una línea, una flecha. Antes que una forma sobre un plano, un movimiento. Antes que un principio, una voluntad. El progreso es un mito dinámico: se moviliza y moviliza. Implica una dirección, encarna una motivación. ¿El destino de esa fuerza? La mejora. El desarrollo. La perfección económica, moral, cognitiva, estética. ¿El resultado de esa fuerza? La acumulación de “más de lo bueno”.[1]

 

[1] Shay, Theodore.1957. The myth of progress. The Indian Journal of Political Science 18(1): 5-9.

 

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Los sueños de progreso y modernización que han orientado y movilizado las sociedades occidentales por más de 300 años se sostienen sobre una armazón cartesiana que ordena el mundo en función de contrastes categóricos. Naturaleza Cultura. Salvajismo Civilización. Emoción Razón. Crudo Cocido. Tradicional Moderno. Animal Humano. Mujer Hombre. Cuerpo Mente. Estos dualismos conforman un “libro de regla semánticas”[1], una especie de esqueleto epistemológico sobre el que se arman sistemas de representación, y que resulta también normativo: orienta la acción social. Así, el progreso no sólo hace parte de este set de binarios, sino que señala el paso unidireccional esperado de un extremo al otro.

 

Alineado en el flanco de la razón, la cultura, la civilización, es el Hombre el sujeto político al que le corresponde propulsar y encarnar el progreso. El Hombre con mayúsculas. El Hombre como figura de la Ilustración. La racionalidad masculinista que subyace los sueños de progreso denota una posición frente al conocimiento, la naturaleza, y la historia. Como sujeto dominante, el Hombre–a su vez blanco, burgués, heterosexual- puede reclamar para sí el conocimiento racional, objetivo, aparentemente independiente de su posición social -un conocedor separado de su cuerpo, sus emociones, sus valores, su historia y espacio. Un conocimiento que al proclamarse “no manchado” puede presentarse como universal.[2] La naturaleza es concebida como un cuerpo biológico que puede ser entendido, manipulado, y usado en beneficio de la sociedad humana mediante el dominio científico y tecnológico. Sobre ella, especialmente la tropical y la del Nuevo Mundo, se arrojan tropos feminizantes -virginidad, pureza- que enmarcan su intervención como recreación de épicas de conquista, domesticación, mancillación.[3] A partir de la manipulación y control de la naturaleza emerge la historia, incluso el tiempo. Esta racionalidad masculinista se alinea con una misión civilizatoria que actúa sobre la naturaleza y sobre la cual se erige el progreso histórico como movimiento de crecimiento y expansión. Así, el presente es resultado de un progreso acumulado en el pasado, sobre el cual se espera que otros avances se yuxtapongan en el futuro. 

 

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Algunos pensarán que el mito del progreso fue derrotado hace tiempo. Y están parcialmente en lo correcto. La Segunda Guerra Mundial puso en entredicho pactos y consensos que, tras la Primera, se creían consolidados. Sin embargo, los sueños de modernización y progreso se reactivaron. El desarrollismo posguerra orientó las políticas en los países del Tercer Mundo, con la esperanza de transformarlos en sistemas capitalistas a toda regla. La detonación de la bomba atómica inauguró una vez más la disolución de los sueños de progreso al volver evidente que el ser humano podía destruir la habitabilidad del planeta. Pero estos sueños se remodelaron una vez más. Ahora irónicamente resguardas por el poderío estadounidense, las promesas de modernización se robustecieron, llegando incluso a proponer el ‘fin de la historia’, en un escenario donde la democracia liberal parecía universalizarse sin la amenaza de la utopía soviética.[4] Si consideramos cómo estas promesas sustentan una constelación de objetos que dan forma a nuestras teorías sobre el mundo -democracia, crecimiento, ciencia, leyes -[5], y, más íntimamente aún, cómo dibujan nuestros propios anhelos de disciplina, auto-superación y optimización personal, resulta más difícil imaginar su desaparición.

 

Contra la visión de la historia como una línea recta de avance, la figura de la espiral resulta más apropiada: el progreso, junto a otros mitos fundacionales, ocupa el centro del flujo histórico, actuando como un magneto que orienta su despliegue que va oscilando entre el alejamiento y posterior reaglutinamiento. Continuamos asistiendo como testigos y agentes a los legados del progreso y, al mismo tiempo, a su continuo fracaso.

 

Algo ahora parece distinto. Asistimos a una caída de esos sueños, quizá más resonante que nunca. La certeza sobre la ausencia o pérdida de los medios sociales y materiales para satisfacerlos se afianza. En oposición a los sueños del desarrollismo, las periferias no cesan de ostentar dicho estatus, ya que su marginalidad es fundamental para la pervivencia de los centros. La reproducción de la precariedad económica se impone a los sueños de trabajo, seguridad y bienestar social. Incrustada en arreglos económicos desiguales, la democracia liberal muestra, antes que su fragilidad, su incapacidad de cumplir la promesa de la igualdad. En tan sólo un año, el genocidio que continúe perpetrándose en Palestina expone la profunda corrupción moral y política de la comunidad internacional y de sus sistemas de justicia. Contra la infinitud de los recursos materiales que sustenta los ideales de crecimiento ilimitado, nos enfrentamos a escenarios de colapso ambiental producto de una época en donde los efectos de la acción industrial humana[6] superan a los de otras fuerzas geológicas. El progreso es una marcha hacia adelante. Adelante hay abismo. El progreso es una marcha hacia arriba. Arriba hay vacío. El futuro aparece equilibrado por viejos puntales apocalípticos. El presente está ya lleno de una multitud de apocalipsis grandes y pequeños.

 

¿Sólo nos queda la ruina?

 

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Al buscar alternativas para caminar sin estar apoyados en las barandas del progreso es tentador saltar a la ‘otra’ orilla, girar en reverso, revolver los pasos al ‘otro’ lado. Esta búsqueda por esos espacios ‘no contaminados’ al otro lado del binario -la Naturaleza, lo Salvaje, lo Tradicional- termina irremediablemente volviéndose circular. Un perro que se come la cola. Se deja seducir por anhelos exotizantes sobre lo Otro que no conducen a ningún lugar más que a nosotros mismos. La exotización es una práctica refractaria.[7] Cuando imaginamos esas naturalezas prístinas habitadas por hombres no tocados por la civilización y el progreso, observamos nada más que un espejo. Mientras tanto, los volvemos espectros que proyectan un eco vacío de sí mismos para satisfacer más bien nuestras propias proyecciones. ¿Qué más moderno que el anhelo “por la pureza y un modo más simple y armónico de vida”[8]? El ‘buen salvaje’, popularizado por Rousseau, extiende sus raíces de manera profunda en imaginarios occidentales. Sobre esas naturalezas (en minúscula) y sobre sujetos de carne y hueso imponemos significados que terminan opacándolos.

 

La propuesta es, entonces, desestabilizar la teleología del pasado-presente-futuro. La propuesta es abrir espacios paradójicos[9] de imaginación de donde puedan emerger no sólo otros mundos posibles, sino, antes que nada, capacidades de sintonización. La propuesta es cultivar artes de percepción que permitan hallar los refugios de habitabilidad en las ruinas del capitalismo y comprender sus distintas temporalidades. “¿Cómo podemos vivir en este régimen de lo humano y aun así excederlo?”[10] Orientarnos por esta pregunta planteada por la antropóloga Anna Tsing implica prestar atención a las redes de entrelazamiento a partir de las cuales toda la vida, incluida la humana, emerge. Estas redes, como explica Anna, no sólo no permanecen ocultas al capital y al Estado, sino que son sitios de observación de cómo esa economía política opera. No hay fuera de, pero hay exceso, margen, sobreposición, enredo. Sentarse en el fango, enmarañarse, hacer espacio a la interrupción, la inestabilidad, la inconmensurabilidad son formas feministas de análisis y praxis frente a las certezas masculinistas del progreso.

 

Precisamente el trabajo de Natalia, que como punto de partida se ocupa por la línea recta y su relación con el poder, en particular el poder patriarcal, nos ofrece esos excesos e interrupciones. Vemos las evocaciones de lo vertical/horizontal en la conformación de los cuerpos, las expectativas personales, las ciudades y sus monumentos, las relaciones, las mallas cuadriculares, los legajos de la justicia, los triunfos económicos, las maquinarias extractivas y las propulsiones ascendientes de las máquinas de guerra. Sobre/detrás/entre ellos emerge la multiplicidad de lo radicular, los ritmos otros de lo acuoso. Ejercicios de destrucción, desmembramiento, reagrupamiento y reciclaje que abren posibilidades heterogéneas. Antes que veredictos rígidos, nos obsequia oportunidades para atender las contradicciones y ambigüedades desde los márgenes y ansiar lo que crece mientras cae.

 

​Sandra W Rodríguez Castañeda

 

[1] Castree, Noel. 2005. Making Sense of Nature. New York: Routledge.

[2] Rose, Gillian. 1993. Feminism and Geography. The Limits of Geographical Knowledge. Cambridge: Polity Press.

[3] Stepan, N. L. 2001. Picturing Tropical Nature. Londres: Reaktion Books; Rodríguez, S. 2018. Conservar la Naturaleza | Gobernar la Población. Imaginarios y políticas de conservación en el Parque Nacional del Manu. Tesis de Licenciatura en Antropología, PUCP.

[4] Fukuyama, Francis. 1992. The Endo f History and the Last Man. Free Press.

[5] Tsing, Anna. 2015. The Mushroom at the End of the World. On the Possibility of Life in Capitalist Ruins. Princeton University Press, pág. 20.

[6] Producida y distribuida desigualmente. Varios investigadores se han encargado de señalar que la Humanidad no está universalmente implicada en la destrucción del planeta, y subrayan más bien la implicación de entramados del capitalismo y colonialismo. Sólo para mencionar algunos, puede revisarse el trabajo de Donna Haraway, Anna Tsing, Kathryn Yusoff y Macarena Gomez-Barris.

[7] Mason, P. 1996. On producing the (American) exotic. Anthropos 91: 139-151.

[8] Slater, C. 2015. Visions of the Amazon. What has shifted, what persists, and why this matters. Latin American Review 30(3): 3-23.

[9] Rose, Gillian. 1993.

[10] Tsing, Anna. 2015. pág. 19.

Representaciones de tótems pétreos y lo que podría florecer de sus grietas. Símbolos del poder patriarcal para especular sobre formas de mostrar su caducidad. Nociones de orden y autoridad que han venido asociándose a la verticalidad y validan el autoritarismo. El poder como una pirámide en cuya punta pocos habitan, sostenida sobre el trabajo y recursos de seres vivos y territorios, en un escalonado descenso hacia el extravío y la explotación. La cabeza como la parte del cuerpo que gobierna y resume la identidad, se extrapola a los organigramas sociales y a las tramas urbanas. Cabeza que poco escucha al resto del cuerpo sostenida por la “razón” y el “orden”. Palacios de gobierno, justicia, parlamentos, museos y demás instituciones, que representan el poder y el conocimiento, apelarán a diversas versiones de la arquitectura clásica buscando naturalizar en los anales de la Historia sus pretensiones. El neoclasicismo se extenderá a todo el mundo occidentalizado en instituciones que responderán a los intereses coloniales. Las hazañas y trabajos de patriarcas se celebran en calles y plazas, en monumentos y edificaciones que se levantan condicionando el entramado urbano. Las aspiraciones de gloria y poder se tallaron en piedra. Columnas tras columnas se alzaron sobre el trabajo de millones de mujeres anónimas que quedaron representadas en alegorías abstractas, desapareciendo de la Historia. Luisa Fuentes Guaza considera que podríamos hablar en occidente de una faloarquitectura que que niega la existencia de cuerpos no adaptados a las lógicas productivistas del capital y representa un aparato psíquico que no está conectado con las fuerzas que posibilitan la vida y generan condiciones vivibles. Por el contrario, se celebra la guerra y la conquista. Las diversas formas de vida y la fuerza de los fenómenos naturales, los cuerpos que cuidan y los que necesitan ser cuidados, lo no representado y lo explotado, tenemos algo que decir y estamos molestxs. De la furia quizás puedan surgir formas de convivencia y conocimiento más horizontales. Podemos ser como el agua que, aún contaminada, inunda. Una marea que ya no riega los jardines del patrón. La verticalidad de los organigramas de poder vista desde la especulación sobre futuridades deseables, luce menos sólida, menos duradera. 

Natalia Iguiñiz 

 

La veta académica que Natalia Iguiñiz Boggio desempeña como docente e investigadora en la PUCP (Lima) se mantiene en permanente diálogo con la presente expansión de los feminismos latinoamericanos. Ansío lo que crece mientras cae es el ensayo de la artista peruana que continúa la investigación iniciada con Dejo este cuerpo aquí (2021). Cada conjunto de obra aborda uno de los dos lados del poder patriarcal. Mientras que Dejo este cuerpo aquí concentra el foco en los efectos e impactos impresos en los cuerpos feminizados que resisten en una posición horizontal latente, la presente exhibición hace un giro y se enfoca en los símbolos verticales, protagónicos en el orden patriarcal. La obra de Iguiñiz se enmarca en un gran movimiento social que procura restablecer en la imaginación política que el bien común ha sido el valor que permitió la subsistencia de nuestra especie, y así nos recuerda que la humanidad no es sostenida en competencia, sino en colaboración. Ansío lo que crece mientras cae busca exponer estos cuestionamientos para que se enriquezcan en el diálogo entre diversas realidades políticas. Ante la pregunta de cómo interceptar el orden vertical, Iguiñiz decide visibilizar, tanto desde la experiencia personal como desde la reflexión histórica, el aspecto simbólico y epistémico que sostiene ese orden. En su interpretación, no es lo fálico en sí sino su instauración como punto de referencia constante, como medida frente a la cual todo se subalterniza, lo que ha sido funcional para consolidar la valoración ciega del éxito individual. Esta actitud obsesa ante la posesión del poder es rastreable en la historia de occidente en monumentos canónicos a diversos próceres, en las columnas griegas y los obeliscos, que replican en la arquitectura la misma geometría repetidamente. Así, los conceptos subyacentes que sostienen al poder patriarcal son los de ir hacia arriba o elevarse, cuando ese gesto ha sido originalmente para la humanidad una forma de contacto con algo mayor que nos contiene. Iguiñiz busca identificar las grietas del sistema, poniendo en valor todo aquello que crece y vive a su pesar, preguntándose qué tan frágil ha de ser ese mismo sistema para que sean necesarias tantas acciones y accesorios para mantenerlo insistentemente. Son el calado y la perforación las acciones que buscan destronar los símbolos de poder patriarcal; es el filtrado por sus grietas y debilidades el que poco a poco lo hará “caer”. Son las mareas que entran y salen de las columnas las que van debilitando la prepotencia del patriarcado y del capital: son ríos, hiedras, micelios, matorrales, elementos del mundo natural que, en su perseverancia, resultan más fuertes y duraderos. El cartón, principal soporte de las piezas, presenta la estética del consumo. Sin embargo, el ensayo pronuncia su capacidad de reutilización y reciclado, donde el renacimiento del significado es posibilitado por la alquimización de lo agotado. En la elección de esta materialidad, Iguiñiz nos da a entender que el arte puede ser un medio de comunicación social accesible para todxs. Los cartones se amontonan y superponen, al igual que las capas de historicidad interpretadas. Ante una toma de conciencia y posicionamiento sensible en el Antropoceno, donde las formas de vida son destruidas en pos del cumplimiento de una ambición desbocada, Iguiñiz nos propone comprender que el sistema es tan violento como frágil, y que un poder vital -que todos parecemos portar- es capaz de, lentamente, transformarlo a su paso. 

Carla Brodsky

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