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LA OTRA

OTRA IGUIÑIZ, LA MISMA                                                              

 

Natalia Iguñiz nos presenta LA OTRA y esa otra es un personaje que está en uno de los últimos escalones de la desigualdad social del Perú, a saber, la empleada doméstica. Un trabajo que a primera vista parece plantear un vuelco de ciento ochenta grados con respecto a su trabajo anterior el cual se distinguía por la exploración del auto-retrato que reflexiona sobre la intimidad femenina. Pero quien constate esto se habrá quedado sólo en las formas.

 

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RETRATOS

Los primeros trabajos de Iguiñiz plantearon una reflexión sobre el cuerpo y su entorno, sobre la intimidad silenciosa y los roles genéricos que todos compartimos. De este modo el auto-retrato, primero, y la mirada subjetiva del entorno inmediato, luego, expresaban una experiencia vital de sorpresa y curiosidad crítica acerca de la rutina y los supuestos de la vida diaria. 

 

Con LA OTRA pareciera inaugurarse una nueva etapa en su trabajo individual donde su mirada gira hacia los otros, los diferentes, acaso los ajenos. Pero este otro es, al mismo tiempo un semejante: es mujer y hace las tareas domésticas que se supone ella debiera asumir en su propio hogar. Y esto plantea una ruptura en el punto de vista (mira a otro) y al mismo tiempo una continuidad (se mira a través de otro).

 

¿Quién es la empleada doméstica en el Perú? Es generalmente una mujer pobre y migrante que proviene de las provincias y que se ocupa de las rutinas de los hogares de clase media y alta de las ciudades de nuestro país. LA OTRA es un ensayo fotográfico que tiene por protagonista a este personaje; de este modo “la chola”, “la chica”, “mi empleada”, aparece como lo que es: como una persona cercana y lejana a la vez. Conoce al detalle las intimidades de sus patrones puesto que convive con ellos (e incluso lava su ropa interior) y al mismo tiempo no es parte de los afectos familiares de cada día.

 

La empleada doméstica está presente y al mismo tiempo es invisible: como un telón de fondo, como una herramienta de uso cotidiano. Nunca sale retratada en las fotos familiares porque no es parte de la familia. Retratarla como parte de la cotidianidad familiar sería por ello un absurdo. La empleada doméstica siempre está allá atrás y se le conoce por su alias, no por su nombre y apellido. Debe ser silenciosa y obediente. Siempre será digna de sospecha dado que es una desconocida y pertenece al mundo de los otros.

 

Su poco valor reside en su condición de género: dado que es mujer se supone que puede naturalmente, y sin ninguna calificación, hacer los quehaceres domésticos. Por ello vive tres desigualdades en una: mujer, chola (“indígena urbana”) y de bajo (o ninguno) nivel de instrucción. Peor aún, su condición subordinada ha sido útil para aquellas mujeres modernas y liberadas actualmente de las responsabilidades domésticas.

 

LA OTRA plantea de este modo una paradoja que ha sido realizada en este ensayo fotográfico: mira con atención a un sujeto distante; mira con distancia a un sujeto cotidiano.

 

Sandro Venturo

De Cameron a Arbus

 

La forma de representar al personaje pasa por registrar una apariencia, es la manera de mediar entre el individuo y su mundo a través de imágenes. La fotografía contemporánea ha cambiado desde el amaneramiento pictórico/mágico que fuera parte del  movimiento victoriano Pre-Rafaelita alrededor de 1860.  Julia Margaret Cameron, acaso su principal exponente, infundió en sus célebres retratos, innovadoras posibilidades expresivas. Imágenes cuidadosamente borrosas, de foco tenue, primeros planos cerrados, encuadres viñetados  y una iluminación suave. Todos estos, logros indudablemente importantes en el avance de la estética fotográfica de su época.

 

En el estudio instalado en el jardín de su casa, Cameron creaba una pátina de belleza en sus alegorías, con vestuarios, fondos y actitudes teatrales en los temas que deseaba inmortalizar. Figuras religiosas, literarias, poéticas y mitológicas como “El sueño”, “El Beso de la Paz” y “ Madonna María”, entre otras, sirvieron para presentar una iconografía con un tono resignado, piadoso, solemne y pleno de amor.  Gracias a su modelo/empleada doméstica y doncella Mary Hiller (luego conocida como Mary Madonna), logró escenificar desde vírgenes ninfas hasta heroínas shakesperianas. Imágenes, todas ellas, como las que solemos encontrar en los cuentos de hadas; esta vez, extraídas de  la vida real.

 

La imagen fotográfica, ha sufrido con los años y desde sus inicios diversas mutaciones: lo pictórico, fisgón, retiniano, ilustrador, figurativo y metafórico. Hoy se propone ser menos “óptico”o “documental” en favor de un ejercicio visual de afirmación de la vida. Según mi opinión, es Diane Arbus, fotógrafa retratista norteamericana que desarrolla su trabajo alrededor de los años sesenta, quien empieza a esbozar este cambio. Su trabajo propuso una manera de retratar a los individuos de una sociedad, en el caso de ella la neoyorquina, usurpando y violando la privacidad de los mismos; con una supuesta mirada anónima al servicio de un severo escrutinio público. Sorprendiendo a sus protagonistas de forma “espontánea” con el uso de un lente angular, y con un flash frontal, directo y duro creó una serie de imágenes muy efectivas. Desde un punto de vista, para algunos, subversivo, Arbus logra cambiar el “carácter” del retrato para siempre. 

 

Casi con un siglo de diferencia entre el trabajo de Cameron y el de Arbus, la fotografía se encuentra en una transformación significativa, afianzándose cada vez más como un soporte cuestionador. Dentro de ésta perspectiva lo importante es la actitud del autor; el proyecto de expresión; y el  comentario personal que nos permite acceder a un retrato social, político o psicológico. El resultado del retrato fotográfico contemporáneo no se agota en la imagen propuesta sino que se realiza en la interrogante que se busca compartir. Es a partir de estos antecendentes en donde el proyecto de Natalia Iguiñiz  adquiere relevancia. 

 

En “La otra”, Iguiñiz instala un estudio en cada una de las casas que visita. El lugar escogido es la sala, el lugar doméstico que mejor define nuestro estatus social. La puesta en escena es aparentemente simple: el sofá de esta habitación, otro símbolo imprescindible en esta habitación del hogar, el piso y la pared donde se apoya. Estos elementos sugieren un contexto especifico. Se trata de un espacio rígido en donde no existe posibilidad de escape. Concentrando obstinadamente nuestra atención sobre las protagonistas. La empleadora/ dueña de casa y la empleada domestica.

 

Estas imágenes aparentemente neutras son imágenes construidas, ¿es posible lo contrario?. Iguiñiz se propuso un guión para cada sesión,  y este es el punto de partida del proceso donde la fotógrafa se ubica: El ángulo de visión frontal de la cámara, la composición simétrica y vertical, el uso del color que aporta a la vez la sensación de lo real y nos involucra en una cotidianidad, la iluminación simulando la luz ambiental y la escala que ocupan los retratados en la imagen (los personajes presentados casi a tamaño natural). En todas las fotografías no en vano estos elementos los encontramos en una persistente constancia.

 

En el caso de los retratos de Cameron, las imágenes nos invitan a la “contemplación estética”, a la ilusión. En el caso de Arbus, a confrontarnos con la relación entre la fotógrafa y su entorno. En el caso de Iguiñiz la fotografía nos invita a un espacio donde le permite proyectar un marco teórico, un concepto a partir de su cotidianidad. La imagen se ofrece como testimonio y al mismo tiempo como medio revelador que busca comunicar la problemática que plantea. ¿Quién es la otra?, ¿quién es la intrusa?, y ¿quién es observado y quién es el observador?

 

Iguiñiz nos reta a revisar la manera de relacionarnos e identificarnos. La manera por la cual entendemos, clasificamos y calificamos nuestro entorno más cercano y cotidiano. La relación entre los personajes en el mundo real, y el “soporte” que juntos compartimos.
 

Antonio Ramos, Octubre  2001

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